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que no ven ni oyen y que vegetan y trabajan maquinalmente.

Pero no entraré en la tarea de la clasificación, que sería doblemente penosa y en casos imposible para mí, por la falta de comunicacion y de libros; ese trabajo corresponde á los especialistas y de ninguna manera á los que reconociendo los desiertos viajamos trayéndoles material para sus investigaciones.

Muchos de ellos serían incapaces de vadear rios á nado, de medir su diámetro, trepar montañas, determinar su elevacion y galopar treinta leguas en un dia con el solo objeto de situar geográficamente la confluencia de dos ríos.

Nosotros sabemos hacer todo eso, pero en cambio nos asfixiamos en dos horas de trabajo en un laboratorio de química; es así el orden de las cosas y no habría progreso de otra manera en la cienda, porque tal vez en parte alguna es tan necesaria, como en el dominio que ella abraza, la división del trabajo.

Entre tanto, dejemos tranquilo al pequeño molusco, en su obra eterna de devastacion — y abandonando la playa cubierta de piedras y tapizada de algas marinas, algunas de ellas gigantescas como la macrocystisfyrifera, cuyas hojas miden muchos metros, entre las que pulula un curiosísimo microcosmo sub-marino por la variedad de formas, colores y costumbres de cada uno de sus representantes; bajando luego la vista desde el horizonte del mar embravecido hasta los fragmentos de huesos inmensos y dispersos; de ballenas, mezdados con trozos de mástiles, cables, tablas pintadas y pedazos de remos, cada