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Su ancho, poco variable, es de veinte á veinte y dos metros; su lecho de pedregullo, permite el paso por todas partes y apenas llega á loscentímetros de profundidad en el centro.

En ambas márgenes, las gramillas no son ni altas ni tupidas, pero á pocos metros crecen compactas.

Los coibos y los robles, muy semejantes aquí en su forma, crecen mezclados, ofreciendo el hecho raro de crecer próximos al agua, hermosos y abundantes. Es el único río en cuyas orillas los he visto.

A pocos metros, veíamos extensos matorrales de plantas de violeta, constituyendo una alfombra tupida, y bajo los troncos en descomposición y las charcas, crecían helechos, alcanzando sus frondas á 0.50 centimetros y un metro de longitud.

La zarzaparrilla, abundante en todas partes, es aquí el arbusto que predomina y entre los claros de las plantas, como siempre, el suelo se nos ofrecía cubierto de hojas secas.

La presencia del río aquel, llevó nuestros espíritus á lugares lejanos; mis compañeros se acordaron de su tierra; yo pensé que era muchisimo más pintoresco que nuestros riachos del Delta paranense, y que, cuando los hogares de los obrajeros se alcen en sus orillas, será éste, el más hermoso rincón del suelo argentino, pues nada igual había visto en todo lo que ya llevo recorrido.

Pero el asunto era seguir, tratando de conservar los caballos mieutras nos fuera posible, así que echando á andar, lo pasamos llegandonos el agua á penas á los piés, y una vez del otro lado, emprendimos la ascensión de una cuchilla, que aunque cubierta de bosque, tenía la ventaja de dirigirse al Sur, es decir, al Fagnano.

Dije que habíamos amanecido empapados y así continuamos. A la mojadura, hay que agregar el cansancio de las marchas anteriores y lo mal comidos que estábamos, pues todos, en el deseo de llegar cuanto antes al lago, habíamos preferido no desayunarnos con unas suculentas costillas de guanaco, que solían asomar en las alforjas del Dr. Lehmann Nitsche. Con esta advertencia el lector conoce nuestra situación, y ahora, puede seguirnos.

La lluvia continuaba fina y constante, envolviendo en brumas de plata las copas de los coibos y robles, de las que también caían gotas y estas mojaban mejor, porque eran grandes y pesadas.

Sobre las rocas se extendía una gruesa capa de arcilla, en la que más que caminar, lo que hacíamos era patinar.

Sobre la arcilla, se asentaba una finísima capa de humus. La falda de la cuchilla era empinada y al clavar sus cascos los caballos, la capa esa, sin consistencia alguna, se deshacía y los pobres animales resbalaban á cada paso.

Como caerse y quedar apretado entre un caballo y un tronco debe ser poco agradable, tuvimos que apearnos y continuar á pié la asceución pero la sierra no era alta y pronto la trepamos. Más, cuando llegamos á la cima, el bosque se hizo más tupido y no pudiendo continuar con los animales, resolvimos seguir á pie.

La lluvia continuaba.