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otros; teníamos que trepar cuatro; cinco, seis troncos, para volver á pasar otros. Todo hacinado, todo revuelto en confusión, todo sumido en la sempiterna mudez de la selva sin hojas y sin nidos. Las rocas también se desmoronaban, bajando lentamente al llano. Y no era éste su primer desprendimiento; otro anterior las despedazó trayéndolas allí y confundiendo el gneis con cuarzos, granitos y masas de esquistos arcillosos.

Pero sin embargo, éstas se correspondían y eran las mismas del Cerro Escalada, pues como él, pertenece la armazón del cerro á la formación terciaria, habiendo recibido ambos, los mismos aluviones.

Llegamos á los 150 metros. Los gendarmes se detuvieron.

Entre los troncos, habíau encontrado un filón de rocas en el que crecían numerosas plantas de frutilla, con los frutos maduros. Son éstos los lugares en que esta especie crece. Mientras ellos descansaban juntando aquellas ricas frutillas que tienen delicado perfume y algo de la frambuesa, yo me tendí á contemplar el paisaje que á medida que subiamos, dilataba el horizonte.

El derrumbadero en que nos hallábamos, era un resultado de los vientos y las lluvias que al encontrar liviano aquel terreno, fácil y rápi damente llevan á cabo allí su tarea destructora. A pesar de esto, la desaparición del monte aquí, no parece haber sido lenta, sino que todo se hubiera derrumbado en un solo momento; sin duda algún vendabal, de esos frecuentes en el Sur, encontró el suelo ablandado por las aguas ó las nieves y consumó la obra, dejando uno que otro árbol, de los que aún algunos se conservan, pero que, sin hojas ni corteza, pronto caerán en el montón que los rodea.

Próximos á la cumbre, nos detuvimos á descansar, preparándonos para el último esfuerzo.

Muy poco habia de aumentarse el panorama en el corto trecho que nos faltaba. Pronto entraríamos al bosque, así es que aproveché para contemplarlo.

Tierra del Fuego se tendía á todos lados, en un cuadro policromo de lagos, vegas y bosques.

Al Norte y Noroeste, las ondulaciones que siguiéramos durante las marchas anteriores, disminuídas por la distancia y las arboledas que las cubrían, nos presentaban la llanura, hasta el mar casi, pero que no alcanzábamos á ver y á los otros rumbos, las cadenas aquí verdes, más allá eternamente blancas, de la cordillera Carlos de Rumanía.

Por un amplio claro de la cadena que se tiende por la margen Norte del Fagnano, á nuestro Sudeste veíamos un pedazo de aquel y sus aguas iluminadas por el sol del medio día, se extendían de brillante blanco.

El lago Ch'eepel se mostraba próximo á nosotros, en casi toda su extensión; los dos peñascos del centro, perfectamente visibles desde la altura, son uno de sus detalles característicosgos.

Dentro de la región montañosa, no se alcanzaba á ver otros laEn la parte llana, apenas percibíamos Río del Fuego, encerrado entre las lomas, pero las lagunas del valle próximo, comunicadas por un en-