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Acampamos, pues, en un bosquecillo de robles jóvenes, para explorar el lugar en busca de buen paso hacia el Fagnano. La tarde y la mañana del siguiente día, se perdieron en excursiones inútiles. Saií con dos gendarmes y, al fin, por el aspecto, tuve que convencerme de que ya—como en el primer momento me había parecido—los cargueros no podrían seguir.

Estábamos al pié de este cerro, que hacía ya algunos dias, veíamos.

Era el cerro Hedición.

Con el objeto de ver mayor escenario y aún, con la esperanza de descubrir un paso que por allí me permitiera aproximarme al Fagnano, me dispuse á cruzar con los gendarmes el riacho aquel y la vega que forma, emprendiendo la ascensión por su lado Este.

Pocas veces se presentan al viajero, perfiles y rasgos más caracteterísticos, que aquellos que forman el cerro Hedición. A su pié, me convencía una vez más de que este y el Escalada, constituyeron anteriormente una sola cadena, dívidida en los tiempos relativamente modernos en que se formó esa abra que hoy permite la entrada por entre ellos sin necesidad de hacer ascensiones. Abra de más de legua y media, á penas ocupada por las lomas que forman la parte Oeste del cerro Escalada y que se extienden hasta morir junto al chorrillo, en cuyas márgenes habíamos acampado. Allí, á pocas cuadras de nosotros, se alzaba la falda oriental del Hedición, en la cual, por este lado, terminaba.

Visto su contorno longitudinal, tanto desde el Norte como desde el Sur, esta cadena, como digo, se determina claramente. Es una masa de contornos curvos en la distancia, un cerro—bola, como lo llamaría un paisano de las provincias del Norte—y en su continuación hacia el Oeste, disminuyendo con la perspectiva, una sucesión de picos semejantes entre sí. Los bosques, como los del cerro Escalada, por su constitución, trepan hasta las cimas, dejando algunos limpiones, debidos á ser aquellos lugares, demasiado empinados. Por su costado oriental, la selva estaba muerta. Divisábamos con los anteojos el inmenso hacinamiento de árboles secos y descortesados.

A pesar de lo empinado que el terreno se presentaba, lo preferí para trepar, pues ya por experiencia, sabia cuán dificultosas son las marchas dentro de los grandes bosques de aquel territorio.

Después de buscar una angostura en que pudiéramos saltar el riacho, cosa que hicimos á poco andar, entramos á una esplanada en que el terreno, pantanoso, estaba invadido por el champon (azorella) y éste á su vez, por la mutilla. Era un terreno cuya vegetación lo preparaba para convertirlo en turbal.

Terminado el llano, dimos principio á la ascensión.

Trepábamos lentamente, saltando troncos de árboles, que en otra hora fueron de veinticinco y treinta metros y que yacían tendidos, sin ramas y sin raíces, vidas cuya duración de deceuios de años, se cortaron al soplo de los vientos . . .

Aquí descansaban entre las piedras, mas allá amontonados unos sobre