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— evocaciones de las selvas tucumanas y allá, donde los árboles han caído, sin color, retorcidos y abiertos en largas grietas, se cree estar en las selvas del Norte de Europa. Pero en aquel cambio continuo, el bosque tiene sus pinceladas características. No es él, el hijo de las nieblas y del sol, como aquellas selvas de nuestros trópicos: no se ve allí la obra rápida ni la lucha que libra la vida bajo los lejanos montes de cébiles.

Todo se modela aquí, más lentamente, porque el frío lo envuelve y lo detiene, mientras todo allá... todo la precipita y la engrandece.

¡Cuántas veces, al ver que el árbol se afana en vano por sostenerse gigante, y que al fin cae para volverse tierra bien pronto, al ver este hacinamiento de troncos y de ramas en descomposición, he recordado los árboles seculares tumbados en las faldas del Aconquija y en cuyos brazos un mundo diminuto de musgos, líquenes, criptógamas y á veces hasta retoños. se animaban viviendo de sus jugos!

La selva vieja no recibe el menor soplo del viento. Es una selva muda.

Las raíces, asoman en algunas partes, sobre la delgada capa de humus, que solo tiene de 0.20 á 0.40 centímetros de espesor.

El sol indeciso, baja hasta el pié de los árboles y sus pálidos resplandores, parecen los primeros anuncios del invierno que llega...