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allí á lo más, y por su pequeñez y exposición á los vientos, está desnudo de vegetación. Otro peñón, más pequeño y bajo, se alza á poca dis tancia de este. Desde el punto á que á duras penas habíamos llegado, nos pareció que el lago se volvía á ensanchar continuando al pié del cerro, pero no siéndonos posible continuar por la hora y lo doloridos y lastimados que teníamos los piés, como que habíamos caminado todo el día sobre piedras generalmente quebradas, tuvimos que regresar á la noche, calculando que entre la ida y la vuelta, habíamos hecho más de seis leguas. Al siguiente día, regresó Rossi y confirmó nuestra observación, pues desde lo alto del cerro, había visto la otra parte del lago, igual á la que teníamos en frente, más una contigua extensión no menor, apenas separada por una muy angosta faja de tierra.

Volví á subir con el Doctor para recorrer el cerro y separándonos de la orilla, nos internamos en el monte de coibos, los primeros que veíamos. La maraña de las orillas y los muchos árboles pequeños que hay en ellas, habían sido causa de que este no me llamara la atención mayormente.

Los primeros anuncios del monte que trepa por las faldas, son árboles de pequeñas proporciones, formados por grupos de robles jóvenesde 0.10 y 0.15 centimetros de diámetro y que se distribuyen en manchones, dejando vegas entre si, pero ya en las faldas del cerro, los robles tienden á desaparecer, predominando el coibo. Son los coibos, verdaderos colosos de 14 á 20 metros de altura con circunferencias de 2.50, 2.60 y 3.15, habiendo dispersos, entre las distancias de 3 metros que ellos guardan, algunos jóvenes de 0.20, 0.25 y 0.30, ctms. de diámetro, que aunque delgados, no por ello son menos bajos, pues en la altura confunden su copa con los viejos.

El tronco es generalmente recto, siempre sin ramas bajas y formando copa en la altura, sin duda debido á que creciendo del lado Sur, se hilan en busca de la luz del sol. Esta tendencia á hilarse, es característica de los coibos, según pude verlo después en el lado Norte del cerro, donde igualmente abundan.

El suelo constituye allí un verdadero colchón de hojas secas, gajos y troncos en descomposición, y es extraordinaria, casi increíble, la cantidad de árboles seculares que hay tumbados en él.

Escasos helechos, abren sus frondas raquíticas y hay muy pocas gramillas. La flechilla ó amores secos es el vegetal predominante de la baja formación, pues el calafate tan frecuente, solo llega á las orillas del bosque.

Las barbas ó liquenes, que no perdonan árbol, invaden también á los coibos que asoman sus ramas cargadas, como si pendieran de ellas, numerosos cortinados.: La hermosa fisonomía de los bosques fueguinos, produce aquí sus primeras impresiones.

El más profundo silencio reina eu el bosque; la vegetación herbácea asoma á trechos, macilenta unas veces, otras de vibrantes verdores. Aquí, donde los árboles están con hojas, hay en su conjunto, con frecuencia,