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Los pastos, como un moaré, se revestían de un suave matiz amariIlento. En algunas lomas bajas, crecían montecillos de robles; una pequeña, muy pequeña laguna ocupaba el centro y viniendo del Sud—sudoeste, formando codo para correr directamente al naciente, pasaba el Río del Fuego, por el lado opuesto al en que estábamos.

Al llegar á este punto de la narración, creo oportuno hacer notar que el Río del Fuego no corre en la forma supuesta por Nordenskjöld, que en su mapa le ha dado el nombre de Río de la Candelaria—convirtiéndolo por su posición, como lo indica en el mapa, en afluente del Río Grande.

La pampa indicada en su mapa, está algo más al Sur y formada por las mismas causas que alejan las arboledas de las orillas de los ríos.

Formando un codo brusco, como puede verse en mi mapa, el bosque deja un vasto limpión que toma aspecto de pampa. El error del viajero es muy explicable, cuando se vé el itinerario que ha seguido y con el mapa suyo y el mío por delante, el lector podrá darse cuenta de que Nordenskjöld ha hecho una marcha en falso, alejándose del verdadero afluente del Río Grande en una dilatada curva de más de ocho leguas de incómodo camino y que al encontrar el Rio del Fuego, precisamente poco antes de que doblara hacia el mar, lo ha tomado por el de la Candelaria y así lo ha seguido. Una prueba más evidente aún, es la vuelta cerrada que ha dado antes de cruzarlo y en cuya marcha, si realmente hubiese sido afluente del Rio Grande, también lo habría tenido que cruzar y entonces no habría supuesto su curso con una línea de puntos.

Para cerciorarme mejor de esto, á nuestro regreso, lo seguimos por esta llanura, pudiendo comprobar que cae á una laguna de algo más de dos kilómetros, que á su vez desagua en el mar.

Sea el Candelaria, como el Sr. Nordenskjöld lo ha llamado, afluente del Río Grande si se quiere, el hecho es que lo que él ha dibujado, es Rio del Fuego y que este dobla al Este y desemboca en el océano.

La arboleda que cubre la falda que nos veíamos obligados á bajar, no presentó dificultades mayores, pero á poco de andar, una de las mulas se fué á un turbal que se formaba al pie y en él tuvimos que meternos para descargarla. Más adelante, el caballo del ingeniero Calcagnini sintió que la cincha se había corrido, lo que le fué tan molesto, que si el jinete no se apea á tiempo por las ancas, el buen animal lo hubiera hecho volar, como volaron monturas y alforjas, al empuje de sus corcovos y patadas.

Total, dos termómetros rotos.

Anoto este incidente que pudo tener mayores consecuencias, por la pérdida de los instrumentos.

Una vez al pié de la falda, cuya altura no llega á 80 metros, continuamos por la pampa que encontramos invadida por turbales y cuevas de coruros.

La cantidad de éstos era extraordinaria, como nunca la había visto ni imaginado. Al lado de un suelo fueguino ocupado por el terrible roedor, no son nada los campos de San Juan, Catamarca, Salta ó el Te-