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dificultades, permitiéndonos adelantar camino al paso durante 40 minutos.

Pero bien pronto encontramos las primeras dificultades, casi las únicas de la mayor parte del viaje. El monte se cerraba limitando la vega y como era nuevo y bajo, mezclado de árboles que apenas teníau 0.10 ycentímetros de diámetro, nos vimos obligados á detenernos para buscar la salida y abrir paso á los cargueros.

Las muchas vueltas y las molestias indicadas, no nos permitieron adelantar, más de tres leguas.

Cuando el Sol se ponía, acampamos en las proximidades de un cerro, que con dirección Sudoeste, veíamos desde Río del Fuego.

Los árboles en todo el terreno recorrido, ocupan lo alto de las lomas y nunca las vegas. Esta característica distribución del monte, pude comprobar, más tarde que es propia y general de los montes fueguinos. Apenas uno que otro roble crecia en los terrenos bajos; allí sólo había herrosos pastos y el agua se estancaba entre las matas, formando un suelo pantanoso, en que los animales hundían sus patas. Siempre, en estas vegas, corrian chorrillos—como llaman los habitantes á los hilos de agua de poco ancho y escasa profundidad—que pasan entre los pastos, aplicando este nombre á corrientes bien distintas de los chorrillos del Norte de la Argentina.

Los chorrillos que vimos en las vegas, nacían y morían en ellas, sin tener comunicación con mayores corrientes de agua. El pasto verdeaba en sus orillas y el resto se presentaba de tinte amarillento.

Con frecuencia, encontramos en las ondonadas. troncos de árboles volteados por el viento ó los años, que han caído de las lomas. Ya descompuestos por el tiempo y las aguas, los caballos los rompian al pasar.

En algunos lugares hay extensas arboledas quemadas y que aún se conservan de pié. En sus troncos los líquenes han encontrado su medio y crecen, abundantes, presentando el cuadro, curioso aspecto, como si una pasajera nevada, hubiese dejado sus copos en las ramas.

Estos rastros de incendio, cuya explicación no encontraba, despertaban mi curiosidad. Habiendo interrogado al indio Pedro, me dijo que cuando algún indio moría, los parientes ó los miembros de su tribu hacían estos incendios. Después, tuve la oportunidad de ver la facilidad con que el fuego se propaga en ellos. Un fósforo prendido en la marcha, días después, cayó encendido entre el pasto. Dos días consecutivos duró el incendio y al volver, vimos que se había propagado y extendido por los pastos húmedos de la vega y quemado los árboles en más de cinco cuadras.

Las vegas, ocupadas por pastos altos, se nos ofrecían á la vista cruzadas en todas direcciones por rastros de guanacos y de indios.

Los de estos últimos, fáciles de distinguir por lo que son más anchos, se dirijian casi siempre hacia el Norte—la Misión Salesiana.

El lugar elegido para campamento, era excelente. Cuanto puede desear el viajero, lo teníamos reunido allí. El bosque daba su leña, la