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debido al cuidado que nos exigían los maturrangos—estuvimos en ella.

Es por su aspecto, una pequeña pobiación tendida al pié de las barrancas que abandonó la última vez el mar. El campanario de la iglesia, la casa de las salesianas, los talleres, el cerco sobre el cual asoman algunas plantas verdeantes aún, la habitación del Padre Zenone y luego la doble calle de pequeñas casas enfiladas—construídas por los mismos indios reducidos—dan á la Misión el aspecto de un alegre pueblito.

Algunos hombres y muchachos que iban de un lado al otro, los unos ocupados en diferentes quehaceres y los otros en bullicioso montón, correteando y riendo, se detuvieron curiosos á observarnos y haciendo rueda en torno nuestro, empeñados en presenciar las primeras escenas de la llegada, escuchaban los cambios de saludo y presentaciones de estilo.

El Padre Zenone, en la primera y siguientes visitas que le hicimos, nos hizo conocer todas las dependencias de la Misión, así como también las de las hermanas salesianas, cuya obra humanitaria y eficaz para el desenvolvimiento de Tierra del Fuego, es bien digua de ser tenida en cuenta.

A semejanza de los fundadores del pueblo incásico, aquel Manco Capac que reunió á los salvages de las montañas peruanas para enseñarles á ser soldados, á tener obediencia y respeto — condiciones indispensables de una sociedad que se constituye,—á cazar y á trabajar la tierra para aprender á' amarla, y aquella Mama Oello que enseñaba á las mujeres los trabajos del hogar y las manipulaciones de la lana, los salesianos imprimen al indio una nueva vida, en que, sin esfuerzo, sin quebrar los moldes antiguos, despiertan su razón y su moral.

La flecha que cruza la selva, no es ya más que un juguete en las manos del indiecito, que, porque lo lleva en la sangre, encuentra placer en trabajarla y adiestrarse en los ejercicios de la puntería.

Una fuerza superior á él, la palabra del misionero, le ha hecho perder toda la del arco. Y el indio ese, hijo de los desiertos en que su almia se ha forjado en la adversidad con la fibra de las razas guerreras, convertido en el niño de escuela, á medida que se desarrolla, se convierte en labriego y en pastor.

¡Con cuánta satisfacción penetramos á los talleres de los salesianos!

En una amplia sala, veinte indias, que habían trocado el quillango y sus demás atavíos por la bata y las polleras, en cuclillas las unas junto á las otras, estaban hilando lana de la misma Misión. Eran todas adultas, algunas viejas, y aún llevaban el fleco á la usanza salvaje, con el cabello hasta los hombros. Este y las pulseras de cuentas, eran los últimos vestigios de su vida anterior. Si no hubiera sido por ellos, difícilmente, al verlas convertir rápidamente los mechones de lana en delgados hilos que se envolvían en el huso, se habría peusado que recién acababan de ser nómades en el bosque.

En la misma habitación, otra india trabajal a en el telar. Pregunté si al darle esa tarea, se ia había preferido por su inteligencia y la hermana, á cuyo cargo estaba la sala, me dijo que todas se turnaban cada dos horas, pues eran igualmente capaces.