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observado desde el bosque las costumbres, ó por serles ya insoportable el frío, se aparecen en demanda de hospitalidad.

Entre estas, los blancos eligen compañeras, y del mestizaje se obtienen ejemplares más hermosos aún; vimos en el Puerto Elena una india que tenía tres hijos: uno de italiano, otro de austriaco y el otro de español. Eran tres criaturas rubias que, lavadas y vestidas, hubieran parecido lindas entre nuestros más bellos chiquillos. También eran bonitos los hijos de los gendarmes de Río del Fuego.

Nótase en ellos que, en el color del cabello y la carne, predomina el del padre.

Las mujeres, al abandonar las prácticas salvages, se transforman inmediatamente, siendo uno de sus mayores rasgos la limpieza.

Se bañan en la playa del mar, dos y tres veces por día, dejan de embadurnarse el cuerpo con grasa de coruro y si obtienen aguas de olor las usan con gusto. El cabello desgreñado y revuelto cou pedacitos de hojas y ramas de árboles y arbustos, toma con la higiene brillantes matices, lo suelta sobre la espalda, lo recorta á manera de flequillo sobre los ojos invariablemente—que tal es la moda ona,—y lo suaviza y alarga. Pero lo que no abandona son las pulseras, sartas de cuentas, tiras de género ó tientos de cuero, arriba de las muñecas y tobillos. La afi= ción por estas prendas es marcada, y, al dar cuentas á una india, parece dársele la suprema felicidad, pues, encantada, las mira y juega con ellas entre los dedos, concluyendo por acomodárselas.

El Ona libre puede ser dividido á su vez en dos naciones. Aunque de la misma raza y lengua, ellos mismos hacen esta distinción.

Son el Ona del Oeste de la sierra Cármen Silva y el del Este. Entre estas dos parcialidades se odian y persiguen á tal punto que. como antes dije, la guerra que conservan entre ellos es una de sus principales causas de exterminio.

La falta de mujeres, otras veces, los obliga á pasar el límite que entre si se han dado. Marchan á sorprender, y entonces es que se libran los terribles combates á fleclia. Otras veces es la escasez de guanacos y naturalmente que el dueño los defiende.

Tomemos al indio desde su nacimiento.

Ha nacido. Esto no parece haber sido un gran sacrificio para la madre, que, como insensible á la revolución que el interior de su cuerpo ha experimentado, se levanta inmediatamente para darse un baño en el mar, ó, si está léjos de la costa, en el río más próximo que haya. En pocos momentos de la vida se presentan los Onas más salvajes que en éste. Si el parto es difícil, el Doctor, ú otro cualquiera, le salta sobre el vientre.....

Y en cuanto á eso de levantarse para el baño, no tiene que sorprender. Río del Fuego dista ocho leguas de Río Grande. La india Cármen, primeriza, tuvo un chiquillo en Rio del Fuego, cuatro días antes de que nosotros viniéramos de éste á Río Grande. El indio Pedro—su marido —se venía con nosotros; ella subió al carro de dos ruedas. y sin elásticos, que traía nuestro equipaje, y zarandeada y traqueteada por el terrible