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margen izquierda se empieza á repechar la cuesta de Chorrillos.

El camino es pesado por lo arenoso, y la puna del lugar; así es que forzosamente la ascensión tiene que ser muy lenta, parándose las muías cada pocos pasos para respirar.

Ya muy arriba el terreno es completamente volcánico, y no se ven más que grandes masas de porfido y de lavas, todas convulsionadas.

En el trayecto se encuentran muchas vicuñas.

Al pié de un cerro que se ve á la izquierda se hallan las minas del grupo de la Esperanza hoy abandonadas y aterradas.

Poco á poco se llega á la cumbre dé la cuesta, 4800 metros sobre el nivel del mar, y se transtorna el portezuelo ó Abia, para caer á una quebrada porfírica, y de allí á un campo de doce kilómetros más ó menos de extensión, flanqueado por cerros, de una tristeza desoladora, donde frecuentemente graniza, y que baja paulatinamente unos cuatrocientos metros, hasta llegar al otro portezuelo ó Abra de Tocomar.

En ambos portezuelos se hallan Apachetas ó altares de piedras amontonadas, en los que los viajeros de esa región é indios depositan, una mascada de coca, cigarros ú otros objetos y en careciendo de ellos, una piedra que va á aumentar el número de las existentes, como ofrenda votiva á la deidad del lugar ó genius loci para propiciárselo y tener un viaje feliz.

Poco antes de bajar, á la izquierda del camino, y en un punto circular, quizá un antiguo crater cegado, aparecen una al lado de otra, dos lagunas siempre llenas de aves acuáticas, principalmente flamencos el Phoenicopterus de la Puna.

Desde el Abra de Chorrillos puede decirse que empieza la verdadera región de la Puna de Atacama; y desde allí el pasto Hiro, de punta acerada, que los animales comen; pero que no acostumbrados les produce micciones sanguinolentas, cubre grandes extensiones, casi exclusivo, formando gruesos matorrales de forma circular ú ovalados, vacíos en el centro y más densamente espesos á un solo lado, generalmente el que mira al naciente.

Del portezuelo de Tocomar se baja casi rectamente por un plan inclinado de fuerte pendiente muy arenoso, formado á fuerza del tráfico en la falda de un cerro, hasta llegar á los primeros ciénegos de la quebrada de ese nombre.