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quieran alquilarnos ninguno. El viejo pampa Rapa no puede comprender qué interés tiene para un comandante visitar las sierras y el agua grande, donde nace el río Santa Cruz, y como todo lo que no es comprensible es sospechoso para ellos, ya cierto recelo se nota en los toldos, respecto al destino que debo dar a los cuatro caballos, de los cuales uno es manco, otro cojo y tuerto y el tercero lastimado en el lomo.

Tranquilo ya sobre este primer punto, trato de tomar algunas medidas antropométricas, lo que también consigo, mediante algunos regalos y algunas mentiras.

Cuando los indios visitaron la isla Pavón, me hablaron de un «agua» que hervía y que era venenosa, pues cuando hombres, caballos y perros la bebían, morían indefectiblemente.

Está situada a trescientos metros de los toldos; es un pequeño pozo, que se nota en el centro de una costra, al parecer calcárea, llena de fragmentos de rocas volcánicas y de la cual los indígenas han desprendido trozos para cubrir la fuente, pues la superstición la hace ser habitada por el Agschem, o espíritu maligno.

Mide la boca veinte centímetros de ancho y su profundidad quince. Está casi lleno de un agua que exhala un olor bastante semejante al petróleo y que bulle en infinidad de burbujas.

Puedo llenar una botella que con este objeto he traído desde Pavón; en el fondo del pozo, la mano, al remover el barro, siente corrientes gaseosas que sé elevan, pero el nivel del agua no aumenta mientras la registro, y los indios me dicen que nunca han visto lleno el pozo.

La temperatura de dicha agua es de 25°, mientras al sol marca el termómetro 28.75 Reamur.

(El Dr. Arata que ha estudiado el agua contenida en la botella, ha tenido la bondad de darme el análisis siguiente: