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Musters es quien está equivocado al decir que Viedma cruzó dos veces el río Chico, tomándolo luego por dos ríos distintos.

En el punto donde paramos, tiene el río de cuatro a diez metros de ancho por algo más de medio de profundidad, pero esta es sumamente variable. Su corriente es aquí de cuatro millas más o menos por hora.

Habiendo boleado García un guanaco, almorzamos en este punto, y después de dormir una corra siesta, volvemos a caminar a las tres de la tarde. Dejamos a nuestra izquierda la roca que llama Viedma Quesanexes y que no es otra cosa que un fragmento de meseta que se desmorona lentamente pero que tiene una vista bastante interesante para llamar la atención del viajero, aburrido de la monotonía del paisaje general.

A medida que adelantamos hacia los Andes, el terreno mejora; lo notamos en las diez millas que recorremos esta tarde, pero ya grandes extensiones están totalmente cubiertas de cantos rodados, y algunos de estos alcanzan un pie de diámetro. Puede juzgarse, por ellos, qué torrente inmenso tendría por cauce este valle, en tiempos no muy remotos, cuando esas piedras rodaban, como hoy ruedan las arenas en el rápido curso que es su resto.

A la noche descansamos sobre un precioso césped al lado del agua, después de haber obtenido para la cena algunos pichones de avutarda que antes de completar su plumaje, nadan ya en el arroyo.

Enero 1.—A medio día, distinguimos humos en el horizonte y a poca distancia de una angostura, donde se acercan las dos barrancas de la meseta, divisamos grandes hogueras sobre las cuales se elevan densas espirales de humo negro; es la señal que hemos convenido con los indios para indicarnos sus tolderías.