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de quinientos individuos. Muchas lagunitas preciosas abundan en bandurrias, flamencos y espátulas rosadas que viven en tranquila sociedad, con numerosos patos. Los hacemos volar para deleitarnos con la belleza y variedad del plumaje que.ostentan sus cuerpos al alejarse.

Almorzamos en un profundo y árido cañadón, al borde de una zanja donde encontramos agua potable. Dormimos la siesta y volvemos a ascendee la segunda meseta, dejando ya las dos altas que forman la gran planicie. Este cañadón o quebrada es muy profundo: al este lo forman los descensos de cuatro escalones y corresponde, con pequeña diferencia, al nivel del valle por el cual corre el Santa Cruz.

Corremos innumerables guanacos, chicos y grandes, y cogemos tres pequeños, y a la caída del día, cuando los cerros se entristecen, llegamos satisfechos a la isla Pavón, donde desde lejos divisamos banderas nacionales izadas en festejo del día.

Nos reunimos aquí todos los que componemos la colonia, y hasta muy avanzada la noche nos entretiene el acordeón, la guitarra y los dos organitos que he traído para los indios. El himno nacional, tocado por Dufour es escuchado por todos con recogimiento; los aires gauchescos y las alegres cuadrillas de la Belle Helene, nos alegran el alma, que no toma nota de seis distintos aires alemanes que o son de música clásica o son tan incomprensibles que sus melodías no causan gran impresión a nuestros oídos poco musicales.