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EXCURSION A LAS SALINAS Y A LA ISLA DE LEONES

Antes de principiar el viaje al interior, decido recorrer la pequeña extensión de tierra que se encuentra al este de la isla Pavón y que está rodeada, a partir de Monte León, por el Atlántico, la bahía, parte del río y la cadena de colinas, precursoras de mesetas más elevadas, que se extienden hacia suroeste, en dirección del primer paradero de los indios, «Amenkelt».

Diciembre 30.—De madrugada, salgo con rumbo al este, acompañado del Sr. Moyano y del buen gaucho Cipriano García. Nuestra primera visita es a las salinas de la primera meseta, las que, en número de dos, semejan a la distancia grandes láminas de plata bruñida, que reverberan al sol; aun no están secas completamente; una espuma con grandes burbujas rodea la masa solidificada, y líneas onduladas marcan los distintos niveles de las aguas y los diversos períodos de sequedad. Un borde oscuro, barroso en extremo, las circunda y sigue el descenso del terreno, cuyas depresiones circulares u ovaladas sirven de receptáculo a la sal como una gigantesca fuente; a ese borde suceden cristales aún sucios, hasta llegar gradualmente a la sal blanca, cristalizada y de apariencia congelada.

El espesor de la capa no es ahora grueso, y no lo gradúo en más de cuatro pulgadas, en término medio, pues los guanacos y avestruces han dejado las impresiones de sus pies en el fango que cubre la sábana blanca.