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jes si ese humilde gigante faltara! El mundo animal que, en esas regiones de aspecto mortuorio y desierto, vive casi invisible, se extinguiría; los eslabones de la cadena que suministra la vida, se quebrarían y todo sucumbiría.

Los primeros navegantes, tan ignorantes como heroicos, los intrépidos investigadores del misterio, al mencionar esta planta, a mediados del siglo XVI, no le dieron la importancia ni el verdadero rol benéfico que tiene en la naturaleza; sólo vieron un beneficio para ellos, una alerta que les revelara las rocas, una planta aislada que prestaba inconscientes servicios al hombre, previniéndole los peligros; sólo cuando la luz de la ciencia iluminó las oscuras soledades del sur, esta alga fué comprendida.

Cook, Dumont d'Urville, Fitz Roy, Hooker y Darwin la admiraron, unos en su brillante escenario flotante, otros en el laboratorio del sabio. ¡Dignos espectadores de tal espectáculo!

Darwin compara esa selva acuática del hemisferio meridional con las selvas terrestres de las regiones inter-tropicales, y agrega que no cree «que la destrucción de una selva, en cualquier país, arrastre, más o menos, la muerte de tantas especies animales como la Macrocystis. En medio de las hojas de esa planta viven numerosas especies de pescados que en ninguna otra parte encontrarían abrigo y alimentos; si esos pescados desaparecieran, los cormoranes y los otros pájaros pescadores, las nutrias, las focas, los delfines, pronto desaparecerían también y en fin, el salvaje fueguino, el miserable dueño de ese miserable país, redoblaría sus festines de caníbal, decrecería en número y quizás dejaría de existir».

Bajo su aparente modestia, alberga orgullosa, mundos pequeños pero interesantes en alto grado. Cada vez que he examinado una hoja de Macrocys-