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(aquí bancos) en busca de las deseadas focas, osos blancos o zorras. Pero la bahía no tarda mucho en adquirir su primitivo aspecto, un rumor lejano se escucha del este, y entonces el paseante debe acudir inmediatamente a bordo, pues es peligroso esperar en seco la marea, que llega anunciada por ese rumor con una rapidez de seis millas por hora, y que fácilmente corta la retirada al poco precavido soñador que se cree en las regiones donde desafiando las iras del Espíritu del Polo, se inmortalizaron los Franklyn, Ross, Parry, Mac-Clintock, Hall, Nares y Marekham.

En la Bahía Santa Cruz las mareas alcanzan hasta 42 pies y su velocidad es de 3 a 6 millas por hora, y como sus orillas son de contornos suaves y sin grandes piedras, pueden vararse en ellas los mayores buques. A 3 millas de la entrada el navegante encuentra baraderos de todas clases, fondo duro, blando, arenoso, limoso, etc., donde su buque pueda formar «cama». Para reparaciones es uno de los puertos más aparentes que existen en el mundo, pues seis horas después de varadas, las embarcaciones pueden estar nuevamente a flote, haciendo lo primero a media marea bajante.

Diciembre 21.—Tan luego como fondea la «Santa Cruz», la rodean centenares de delfines que se ponen al alcance del arpón. La curiosidad los ciega y aún cuando la sangre de los que son heridos colorea el agua, no abandonan el costado de la goleta durante más de dos horas. Obtengo dos ejemplares: la especie a que pertenecen es desconocida. (Desgraciadamente, los cráneos de estos individuos fueron arrojados más tarde al agua, durante el regreso del buque a Buenos Aires, lo que hace imposible su clasificación zoológica exacta, por la falta de esa porción tan esencial del esqueleto). Aun cuando varios de estos cetáceos, manchados de blanco y negro, se conocen en la