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dad, pero el marinero novicio cree tener la certeza de lo que dice.

Vamos, pues, a tener la dicha de auxiliar a algunos colegas desgraciados y esto, en condiciones mucho más favorables que las que acabamos de escuchar.

La vela blanca en su principio parece pertenecer a un bote inmediato a la orilla; más próximos, semeja una gran lona cuadrada o enorme bandera levantada en la costa, como en demanda de socorro, y momentos después podemos convencernos que lo que nos ha sugerido la idea de ser testigos de algún terrible drama, es una solitaria roca, cubo calcáreo, desprendido del elevado murallón, alto de cuarenta metros y rodado hasta el mar, que lame su blanquecina base.

Reconocido el error, doblamos el Cabo; pensando, cada uno, aunque sin comunicárnoslo, que si para nosotros, ha habido engaño, cuántas escenas de desconsuelo habrá presenciado esa abandonada costa, cuando en vez de la roca blanca, es una tienda o bandera de desgraciados que solicitan auxilios y el buque salvador, que parece acercarse, una vana ilusión, una nube fugaz que el viento disipa, junto con la esperanza que ha engendrado.

Diciembre 14.—La proa de la goleta surca majestuosa las aguas inmediatas a Puerto Deseado, que es, indudablemente, el paraje más pintoresco de la tan igual costa oriental patagónica. Nuestra vista, ya cansada del aspecto monótono de las barrancas terciarias, se distrae con la de los cerros porfíricos de distintas formas a las afectadas por la meseta y con los grandes peñascos calizos blancos que avanzan entre los colores rojizos de las rocas plutónicas aisladas en el mar donde baten las olas, y donde algunos lobos marinos juguetean o duermen calentados por el bello sol de diciembre. Inmensas bandadas de aves revolotean gozosas y