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¡Cuántas veces no han cabido en ella salvados y salvadores, habiendo quedado estos últimos abandonados en las rocas!

Oír a Piedrabuena el episodio del salvamento de la tripulación del buque «Dr. Hansen» es escuchar un cuento fantástico. La encuentra asilada en una peña de la Tierra del Fuego y la conduce a Punta Arenas en su lanchón, dejando parte de sus propios tripulantes en el lugar del naufragio, lo que le obliga a tomar otros para ir a buscarles.

Piedrabuena no sabe el número de buques y tripulantes que ha auxiliado o salvado y opino que la mejor escuela que pueden tener nuestros marinos, es un crucero de un año, en el Cabo de Hornos, con el Capitán de la «Santa Cruz».

Uno de los primeros servicios que prestó éste, fué ayudar al descubrimiento de los restos mortales del malogrado Capitán Allen Gardner, el mártir de la Tierra del Fuego, muerto de necesidad con sus acompañantes, en la playa frondosa y sombría de la isla de Navarino, cerca del Cabo de Hornos.

Escuchamos las últimas palabras consignadas en el diario del marino misionero,—que demuestra la sublime energía del mártir inglés, realzada por la palabra del marino argentino, relación que se había encontrado donde lo llevó su generoso afán de esparcir la luz de la civilización en el cerebro del salvaje fueguino y en la que, en sus últimos momentos, pedía, desde esa helada región, como años después lo hizo Livingstone, desde el corazón del Africa, no fuera abandonada su humanitaria empresa,—cuando el vigía, de lo alto del mastelero, anuncia una vela cerca de la playa, entre las rugosas toscas del Cabo Blanco, en la pequeña ensenada situada en el lado norte del istmo que une el promontorio con la meseta.

La distancia no permite distinguirla con clari-