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de algunas lagunas dulces y saladas que llegan al pie de los mamelones glaciales; imitando todo un inmenso parque inglés, con sus prados, bosques, lagos y montañas artificiales.

El camino sigue al sur, bordeando al oeste, una línea de colinas bajas glaciales, antigua moraina que señala un período de reposo de algún ventisquero prehistórico, el que cruza el «Dinamarquera» arroyuelo rápido con pequeños saltos que corre entre bellas plantas acuáticas y desagua en el estrecho; regando una gran extensión de tierras fértiles, producto de innumerables generaciones vegetales que las han cubierto con una riquísima capa de humus.

La región continúa así, con pequeñas alteraciones, hasta la Cabeza del Mar, canal marítimo que se interna desde «Peckett Harbour», formando una angostura que concluye más adentro en un bonito lago salado que casi toca a «Otway Water».

Al oeste del canal ya principian los árboles y se ven pequeñas agrupaciones de fagus, que dan sus nombres a ese paradero, «Los Robles», y la llanura feraz que colorean los frutos de la chaura y de la mutilla, se extienden hasta el Cabo Negro, surcada de arroyos que bajan de la península hasta el estrecho. El cielo claro de las regiones australes embellece ese paisaje que no tiene nada de la monotonía de las mesetas ni de la severidad de las montañas.

La región que he descripto y que presenta tan alegres paisajes, donde la vida parece ser más abundante que en el resto de la Patagonia, ha sido el resultado de una de las revoluciones más terribles del globo.

El período glacial ostenta allí toda su terrible acción y sus detritus, provenientes de los gigantescos ventisqueros que avanzaban en otro tiempo hasta el Atlántico y que han arrancado de las