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máximum en el grado 47 a 48, según los informes de los indígenas.

En Santa Cruz, el continente principia a enangostarse, disminuyendo la distancia entre la cordillera y el mar, y las lluvias vuelven a ser más frecuentes, aunque no de gran duración. El valle extenso que desde el río Chico se dirige hacia el oeste, hasta el lago «San Martín» regado por el río Shehuen, presenta extensiones de verdura, verdaderamente lujuriosa que contrasta con la aridez de las mesetas que la rodean, y durante el tiempo que permanecí allí en enero y febrero la temperatura era sumamente agradable.

Desde ese punto, a contar desde el grado 50 al sur, principia la zona útil, que fertilizan las lluvias, que siendo casi diarias en la Patagonia Occidental pasan sobre la cordillera poco elevada, y la riegan, de cuando en cuando, sin hacerla inhabitable, como en la opuesta. La vegetación raquítica de las mesetas, batida incesantemente por los vientos, al aproximarse a la zona mencionada, experimenta un cambio brusco sin acercarse aún a la zona andina. Su aspecto agreste impresiona agradablemente al viajero que acaba de atravesar la elevada pampa, donde el paisaje entero no presenta más que soledad y desamparo, y dónde sólo el guanaco inquieto, pace, espiado incesantemente por los pumas, que en ellos y en los avestruces hacen sus mejores presas.

Al sur de los lagos, desde la cordillera, praderas extensas, verdes de pastos tiernos y trébol, cubren los depósitos glaciales, y son esos los paraderos preferidos de los indios durante las grandes boleadas de caballos salvajes. Esta pradera la limita al sud la planicie de lava que desde el pie de los Andes se dirige en una extensión de 30 leguas al este, con mesetas basálticas gigantescas, que disminuyen gradualmente su altura, y de entre