Un viajero halla siempre múltiples atractivos en los parajes que visita, por mal que los haya dotado la naturaleza; y su curiosidad no deja de encontrar incentivos, sea cual fuere el carácter de las comarcas que recorra, desde los hielos paleocrísticos del polo, hasta los pantanos miasmáticos del Africa con su calor sofocante. Cediendo a ese impulso, y a pesar de los muy reducidos recursos de que disponía y de la falta de seguridad sobre el tiempo que debía demorar el buque, lo que no me permitía internarme a largas distancias, no pude menos de hacer un paseo a la meseta que limita por el norte el valle.
Muy triste me hubiera sido abandonar el Chubut, sin haber tentado siquiera, el inquirir lo que escudado por esa monotonía poco halagadora, guardaba en sus soledades aquel lecho de mar antiguo, levantado por las fuerzas que desde su interior diseñan y cambian continuamente la fisonomía externa del globo.
Después de tocar con mil dificultades para procurarnos caballos, tan escasos allí, salí una mañana en compañía de los señores J. M. Thomas y Berwin con rumbo a cruzar el valle. Este, muy desigual, estaba cubierto por pequeñas lagunas secas o bañados antiguos, limitados por albardones matizados de arbustos espinosos. En su suelo blanquizco, relumbraban numerosos fragmentos de sílices, a que los indígenas ya extinguidos, antiguos habi-