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fragmentos de cristal de roca. El camino en su principio es bueno, muy fértil, pero a dos millas encontramos colinas glaciales con trozos erráticos y pasando éstas, los terrenos blandos que sirven de guarida a los tucu-tucus. Aquí vemos que los cerros «Buenos Aires», en su frente este, presentan un paisaje espléndido, rodeado de inmensos bosques y donde corre bullicioso, formando bellas cascadas, un torrente que nace entre dos cumbres en una sombría quebrada.

Al principio creemos que están circundados al sur por otro lago y seguimos sus orillas hasta convencernos que no es sino la prolongación del lago Argentino, con el que comunica esta gran bahía por el canal de los témpanos.

Seguimos al este por un extenso guadal y vemos que un gran número de avestruces, que indudablemente se han internado en los bosques a la aproximación de los indios, vuelven a la llanura abandonando las faldas de las montañas. La lluvia principia a caer al anochecer y paramos en la orilla del riacho que he mencionado anteriormente. Este desciende del sur, con fuerte pendiente, bañando el pie de un cerro eruptivo que he llamado «Monte Moyano» en honor de mi compañero de viaje. Las rocas eruptivas abundan en estas inmediaciones; vénse cerros y estratas que indudablemente son producciones volcánicas antiguas.

Marzo 15.—La mañana clara permite ver más de cuarenta picos de notable tamaño en esta parte de los Andes. Momentos después una tempestad de nieve los cubre; el cielo toma un color amarillento imponente, las nieblas nos envuelven y ráfagas formidables cruzan la región. Apenas tenemos tiempo de ensillar los caballos y ponernos en marcha dando la espalda al temporal y a los Andes.

Nadie ignora que el cordón andino tiene a sus lados la pre-cordillera oriental o argentina, y la