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prendemos el regreso, después de dejar solitaria, como signo de nuestro paso, clavada sobre un enorme fragmento de roca, testigo mudo de la poderosa erosión de los hielos, y rodeada de verdes helechos y rojas fuchsias, la bandera patria que nos ha acompañado durante toda la expedición y cuyos colores copia ahora la alfombra blanca de nieve recién caída y el celeste hielo eterno que cubre desde la cima el inaccesible pico de «Mayo».

Esos colores que se han reflejado en las aguas de los lagos Argentino, Viedma y San Martín, y que han sido más de una vez saludados por el alarido del gigante patagón, lo son hoy por las salvas atronadoras que producen los aludes al desprenderse de los ventisqueros vecinos. El calor del límpido sol que los alumbra, arranca témpanos inmensos que truenan como cañones de gran calibre, frente al punto donde nos encontramos.

Conseguimos cazar una pareja de huemules y extraer el cuero y el cráneo del macho, objeto rarísimo en las colecciones zoológicas. Recién a las 10 p. m. llegamos al Real, yo todo dolorido, con la ropa hecha pedazos por haber, como más baqueano, servido de guía, y medio sofocado con el pesado cuero del ciervo que he llevado a manera de boa. La lluvia y la oscuridad casi nos ha obligado a pasar la noche entre los torrentes, pero las hogueras que ha encendido Isidoro nos han señalado el campamento en momentos en que íbamos a suspender la marcha.

Marzo 14.—Ha nevado casi toda la noche; el techo de nuestra vivienda parece cubierto de algodón, y el pasto y los árboles blanquean; triste es la vista de la nieve sobre los negros troncos quemados. Al mediodía, luego de reparadas las ropas y arreglado el herbario, salimos todos hacia el sur, por el valle situado entre los cerros «Buenos Aires» y el «Monte Frías»; en el trayecto recojo varios