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queño que se ve delante; al N. O. hay otra abra. Varios macizos montañosos preceden en esa dirección a los picos nevados de los Andes. Al N. E. de la citada abra se ven las mesetas cubiertas de basalto que continúan hacia el E. S. E. y son las que hemos cruzado esta mañana. En el fondo sólo distinguimos una pequeña cadena de cerros; el horizonte, sobre ellos, está toldado de nubes plomizas y oculta las cordilleras, pero en un momento en que se hace un claro entre los vapores agolpados, vemos el negro cono del volcán y una ligera columna de humo que se eleva de su cráter.

Los tehuelches me han mencionado varias voces y con terror supersticioso, esta «montaña humeante». Es el «Chalten» que vomita humo y cenizas y que hace temblar la tierra; sirve de morada a infinidad de poderosos espíritus que agitan las entrañas del cerro y que son los mismos que hacen tronar el témpano que se desmorona en el lago. Todo lo que no se explica por causas sencillas, encierra un misterio para el indígena primitivo, y esto motiva que, en sus supersticiones, jueguen un papel importante los fenómenos volcánicos.

Grandioso espectáculo debe presenciar el salvaje, al pie del Chalten, cuando en la noche, el fuego brota del centro del agua congelada en las altas montañas e ilumina como gigantes faros con sus rojizos resplandores las blancas nieves de los Andes y las azules aguas del lago, mientras la densa columna de negro humo oculta las brillantes estrellas del sur.

Este volcán es la montaña más elevada de las que se ven en estas inmediaciones y creo que su cono activo, es uno de los más atrevidos del globo; su cráter, situado a una altura que calculo a la vista en 7.000 pies, no guarda la nieve, y su color negro, igual al del pico más agudo, situado en su costado oeste, se destaca sombrío de la nieve de