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parte hasta el desagüe que debe ser el mismo río que los indios dijeron a Viedma ser el Santa Cruz y que es el que desemboca en la margen N. E. del lago Argentino.

Los Andes del fondo O. N. O. están cubiertos por las nubes; el volcán, del cual tanto me han hablado los indios, apenas se distingue vagamente y conjeturo que la gran tormenta que ennegrece el lago en esa dirección puede ser de origen volcánico, pues un polvo tenue casi imperceptible, cae cerca de nosotros. El viento no agita las aguas, pero la tormenta avanza con tal rapidez que pronto se oscurece casi por completo el cielo, quedando la región poco menos que en tinieblas.

Luego que se despeja el cielo, los rayos solares alumbran una inmensa sábana plateada, que se destaca, con la viva luz, de los oscuros nubarrones que la dominan. Es el gran ventisquero que vió Viedma, resto de la llanura helada que ocupó en otro tiempo la cuenca del actual lago.

A la tarde, después de haber galopado algunas horas por tierras áridas, encontramos el río que desagua el lago, y acampamos a alguna distancia de él, a algunos metros del lago.

La costa que hemos recorrido está circundada de médanos e inundada y lo mismo sucede con la parte baja del lago que alcanzó a divisar; no se ve el menor rincón fértil, pero Chesko me dice que acercándose a las montañas hay arboledas y abundantes pastizales.

Por lo que he visto, puedo decir que este lago es mayor que el «Argentino». Pasando el desagüe hay una sucesión de cerros bajos que se interna en el lago, formando en su parte oeste un abra prolongada; luego se adelantan otros cerros con varias ensenadas entre ellos, hasta el gran ventisquero, el que parece tener en su punto norte otra bahía cuyo fondo está ocultado por un cerro pe-