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dos, en el torrente, y que considero cretáceos, me hacen suponer para el manto carbonífero de donde provienen, una edad geológica, contemporánea con la del depósito de lignita de Magallanes, que el profesor Agassiz cree pertenecen también al período cretáceo. Este yacimiento carbonífero, que ocultan las quebradas, evoca el recuerdo de una vegetación opulenta que cubrió a principios de la época terciaria o fines de la secundaria el occidente de la Patagonia oriental desde el cabo Froward, y quizá desde la Tierra del Fuego, hasta las fuentes del Neuquen y aun más al norte hasta cerca de La Rioja. Las minas de Punta Arenas alimentan ya la industria moderna; las que se encuentran en Otway y Syring Water, pronto serán explotadas: éstas del lago San Martín contribuirán, con su combustible precioso, a dar vida humana exuberante a sus territorios.

En nuestro campamento no hay casi alimentos, sólo queda la caja de conservas y una libra de fariña y tenemos que visitar el lago Viedma, aún distante de este punto. Sentimos hambre, pero falta con qué apaciguarla, pues no quiero tocar las modestas provisiones mencionadas, y para que Moyano, Estrella y Chesko puedan comer, o más bien roer, entre los tres, un alón de avestruz (único resto del pequeño cazado ayer por la mañana), tengo que alejarme del campamento.

En seguida, mientras los dos primeros llevan mi revólver para tratar de cazar algún guanaco y Chesko va a atar los caballos, subo amarillas colinas y bajo verdes cañadas, para adelantar algo al sur y poder examinar los bosques que se distinguen al pie de las montañas.

No hay nada que impresione más al viajero que las grandes soledades; la naturaleza severa de estos sitios se graba en mi imaginación y podré contar estos instantes, entre los más agradables de mi