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chait de formación eruptiva y al norte por sierras precedidas por lomadas terciarias, pardo-amarillentas; por entre estas últimas, corre un río caudaloso que desagua en el lago, según opinión de los indios. Al N. O. del paradero, unos montes se ostentan macizos, precedidos por cerros de elevación menor, cuyas hondas quebradas dan paso a varios torrentes. Estos montes están limitados al sur por una gran abra o canal que comunica con otro lago que está situado hacia el N. O. al poniente de las montañas citadas, pero al naciente de los Andes. Desde las alturas se divisa en esa dirección el gran bajo que sirve de cuenca al lago, aún misterioso para mí, y que envía los témpanos, hijos de sus ventisqueros, por el citado canal, a que aumenten las aguas del «San Martín». Al fin del gran canal, se alzan varios macizos de montañas, cuyas crestas desnudadas de distintas maneras, revelan diferentes formaciones petrográficas. Entre los picos eruptivos, vénse torreones sedimentarios; un inmenso cerro ostenta en su cumbre la imitación de un castillo feudal arruinado, otro, catedrales góticas, resplandecientes de blancura, adornadas de festoneadas cúpulas, formando todo un paisaje maravilloso de grandeza, pero también de oscura soledad en las bases de las colinas.

A media tarde levantamos campamento y caminamos hacia el sur un corto trecho, pero nuestros caballos están en deplorable estado y no podemos apurarlos mucho porque sería exponernos a perderlos. Los malos caminos y las piedras han destrozado sus patas y todos están mancos o cojos. Acampamos a orillas de un torrente que baja del macizo del «Pana». Recojo aquí muestras de carbón de piedra, que supongo superior a la lignita considerada terciaria, de Punta Arenas; y algunos moluscos fósiles, incrustados en un calcáreo compacto muy arcilloso y magnesífero, que hay roda-