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ondulan sus aguas busco el nombre que he de darle a este lago. Somos los primeros cristianos que lo visitan; que admiramos sus ondas oscurecidas por el tormentoso cielo, cuyas nubes llegan a reposar sobre las cumbres de las bellas montañas del oeste y sud, escondiéndolo al abrigarlo. Parece separado del resto del territorio patagónico, pues todo es distinto aquí y en vano se buscaría la planicie y los médanos que preceden al lago Argentino. Este es un paisaje de los Alpes, pero triste, desconocido, sin nombre; sólo lo visita el indio, que de cuando en cuando, viene a plantar en sus orillas el toldo primitivo, llamándole al punto donde acampa «Kellt-Aiken»; pasa aquí algunos días sin darse cuenta de la belleza del paisaje; recoge la fruta del dulce calafate; corta algún tierno árbol para su sucio kau; persigue algún altivo bagual y regresa a la llanura. La civilización no le conoce aún, y necesario es buscarle un nombre que le sirva de égida de progreso.

Llamémosle «Lago San Martín», pues sus aguas bañan la maciza base de los Andes, único pedestal digno de soportar la figura heroica del gran guerrero.

En el fondo del poniente está limitado este lago por una cadena de montañas eruptivas, de elegantes contornos.

Febrero 28.—Anoche hemos admirado una espléndida luna llena; el plateado disco se ha mostrado tras el monte Pana, (cerro volcánico situado al este del lago), derramando sus suaves luces sobre el oscuro cono y ha alumbrado de lleno el lago, cuyas tranquilas aguas reproducen la imagen del satélite sin vida.

El lago mide, aproximadamente, a la vista, doce millas en su mayor diámetro N. S. por diez de ancho; sus aguas son tan claras como las del «Agentino». Al este está limitado por el cerro Ko-