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EL LAGO SAN MARTIN—EL LAGO VIEDMA

Febrero 26.—Lon indios han decidido mudar su campamento. Las exigencias de la vida nómade, han despojado de caza estos alrededores, y hoy temprano levantan sus tiendas de pieles para dirigirse a otro punto, donde los cazadores avanzados han avistado las caballadas salvajes. A la misma hora en que concluyen las chinas de cargar los toldos, en los escuálidos cargueros; cuando principia el pintoresco y pausado desfile de la caravana mujeril, seguida de los aulladores y famélicos perros, que ladran de envidia a los pelados que reposan orgullosos sobre los quillangos acondicionados sobre los caballos, o echados entre el carguero de suaves plumas, me despido de mis buenos amigos y emprendemos la marcha hacia el norte.

Mi comitiva se ha aumentado; llevo a Chesko o sea Juan Caballero, quien debe servirme de guía para llegar a los otros lagos.

Las mesetas que dominan en un principio nuestro camino, no varían en su disposición orográfica de las que he señalado anteriormente, pero no todas presentan el basalto en sus cimas. Atravesamos anchos cañadones, más alegres, que son lechos de ríos que cesaron de correr hace tiempo, y que con el transcurso de él, se transformarán en prados más o menos fértiles. Las colinas que vamos costeando están sembradas de monolitos de variados colores, monumentos sencillos pero grandiosos, que conmemoran uno de los grandes hechos en la evolución del globo y que hoy, solitarios, entre las elevadas gramíneas sirven de distracción al que viaja entre tanta igualdad.