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titulado valle del Santa Cruz; vemos que la gran moraina antigua, donde abundan los grandes trozos erráticos, se halla separada por el cauce de un río seco de la meseta alta que limita el valle por el norte. Este ex-río conserva visibles vestigios de su importancia pasada y él fue sin duda el reemplazante de uno de los brazos del gran ventisquero prehistórico. Así, la moraina citada parece haber sido una moraina central. El suelo en este punto es de un color rojizo amarillento, debido al óxido ferruginoso.

A la meseta, que podría llamársela sierra, pues presenta muy ondulada, se asciende por una pendiente bastante notable cubierta de trozos glaciales, que reposan en ciertos parajes, sobre ricos mantos fosilíferos terciarios. Siguiendo por sobre ella, encontramos una quebrada profunda, que muestra su tortuoso fondo a nuestros pies; las laderas desnudas de los cerros, cuyas bases la forman, presentan las macisas carpas terciarias, grandiosas, perfectamente bien definidas, entre las cuales de tiempo en tiempo se notan rojos manchones, que señalan depósitos de los ocres tan estimados por los indios, que los usan como pinturas para adornar sus facciones y sus quillangos. Este paisaje solitario en extremo y en el cual no se oye otro ruido que el monótono andar de nuestra caballada, encajonado a ambos lados por elevados cerros formados de capas basálticas, tiene algo de los panoramas que han dibujado los infatigables exploradores de las Malas Tierras de los Estados Unidos. Como lo diré más adelante, se nota, en la constitución física de la Patagonia, más de una relación curiosa con las de ciertas regiones de Norte América. Este paraje es un Cañón, aunque sus murallas no son tan perpendiculares y probablemente en sus entrañas petrificadas guarda, también, inmensas riquezas paleontológicas, análogas a las