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de noche, pues con los felices hallazgos, no nos hemos fijado en el tiempo que ha transcurrido; llegamos a las diez de la noche al paradero donde la tripulación se halla alarmada de nuestra ausencia.

Estamos muy fatigados, y encontramos exquisito el poco de fariña y arroz que compone nuestra comida, pues un golpe de ola nos ha arrebatado el charque que por descuido de Patricio había quedado secándose sobre el bote.

Dormimos profundamente al reparo de los remos y de algunas pequeñas tablas del bote, que son un exiguo abrigo contra el temporal.

Febrero 20.—En una excursión verificada esta mañana, a los matorrales inmediatos a los elevados cerros terciarios que dominan la ondulada llanura, sobre la cual nos encontramos, he recogido una punta de flecha perfectamente trabajada de la forma que comúnmente se reconoce con el nombre de «laurel». Un hermoso huevo de avestruz, proporciona además, un nuevo manjar con que aumentar nuestro humilde almuerzo.

Los temporales han dado mala cuenta de nuestras provisiones y sólo haciendo economías, a expensas de nuestros estómagos, podremos continuar la exploración; de manera que cada nuevo contingente que recibimos es bien acogido; pues en estas circunstancias no nos cuidamos de ser muy delicados; más de una vez me ha sacado de apuro un hallazgo semejante, que es el gran recurso del viajero en el desierto. Los huevos que han sido puestos antes del momento en que el macho forma la nidada, y que las hembras han dejado diseminados en el campo, duran largo tiempo, pues nunca son empollados; sólo el zorro, el gato o el puma los destruyen.

La manera patagónica como se les prepara permite que no quede ningún desperdicio y que el feliz descubridor los aproveche enteramente. Se le hace en un extremo un pequeño agujero de una