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llenándolo de agua, lo que nos hace perder otra parte de las provisiones.

El arribo a estas playas desabrigadas y sin fondeaderos, equivale casi a un naufragio. Necesitamos hacer esfuerzos serios para poner el bote a salvo, haciéndolo rodar por sobre ramas de árboles que la casualidad nos proporciona, hasta la mitad de la barranca, donde, aunque las olas al estrellarse barran sus costados, no hay peligro de que lo arrastren.

Febrero 19.—Mal tiempo; es imposible navegar a causa de la agitación de las aguas. Salgo a caminar hacia el promontorio y después de curiosear largo rato entre los derrumbes que caen casi a pique sobre el lago, hago un descubrimiento interesante.

Las barrancas verticales están cubiertas de siggnos trazados por mano de hombre. Tengo delante más o menos los mismos vestigios que en medio de las lujuriosas selvas y al lado de las fragosas cataratas del Orinoco, revelaron al ilustre Humboldt la existencia de un gran pueblo antiguo y extinguido. Estas inscripciones, aunque más humildes y menos complicadas que aquellas, revelan aquí, al borde del gran lago austral, el paso, y quizás también la prolongada morada de hombres más perfectos moralmente que el tehuelche, que no tiene otra idea del dibujo que las informes rayas y puntos que traza al reverso de sus quillangos.

Estas inscripciones se extienden en la escarpa del promontorio, en grupos aislados, representando cada uno una combinación de distintas figuras; adelantaré que en el primer grupo, si se exceptúan unas dobles sucesiones prolongadas de puntos rojos que en un extremo se unen y que probablemente en un principio hicieron parte de un tosco dibujo de forma animada y que se hallan situadas a ambos extremos del fragmento de barranca sobre el cual han sido pintadas, se nota gran semejanza