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y que se adelanta hacia el agua, despertando cierto interés por visitarlo. Parece ser un contrafuerte de las mesetas elevadas que en ese costado bordean en una línea casi recta, que asciende en escalones desde el Atlántico hasta los Andes, en dirección E. O. Desde este mamelón se ve la pequeña ensenada donde está amarrado el bote.

Siguiendo al oeste, encuentro una larga llanura cuya costa se inclina al N. O. hasta casi encontrarse con la meseta alta. Allí, un brazo del lago se interna y forma una preciosa bahía casi circular, en cuyo fondo norte y este, se elevan murallas altas que le dan un aspecto agreste. Toda esta región, a partir del punto donde la meseta elevada que sigue desde el este, es casi paralela a la que he mencionado en el sur, y que se interrumpe, para dar paso al río del norte. Continuando luego hasta el borde de la citada bahía redonda, el terreno es bajo, exceptuando el mamelón que me sirve de observatorio y que ha sido formado por los materiales glaciales; está tan sembrado de arbustos, como de trozos erráticos, sobre los cuales veo parados infinidad de caranchos y chimangos. Al norte, el río, que baja de esa dirección, aparece entre quebradas; el lado este es más elevado que el contrario, donde una hilera de colinas precede una meseta inclinada y deja ver su cumbre, sembrada de amarillento pasto que doran los rayos solares, alegrándola. Más al oeste, otras mesetas más o menos uniformes, pero más elevadas, se siguen hasta Castle-Hill, cuya cumbre, que imita restos de geológica torre, elevada por fuerzas gigantes y destruida por los hielos eternos, los indios la creen morada de espíritus. A su pie se eleva una montaña más baja, puntiaguda, que creo es la que Fitz-Roy llama Hobler Hill, aunque su posición geográfica no concuerda del todo con la que el marino inglés le asigna en el mapa.

El viento va calmando en el bajo y ha tornado