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al salir del cajón de las mesetas, con un desagüe ancho.

Ningún ser viviente vimos en estos parajes, a no ser dos zorros que nuestros perros no pudieron cazar. a pesar de haberlos perseguido con encarnizamiento. A la noche regresamos al paradero, sin traer carne, y sí solo la noticia de que aunque no hemos visto ningún guanaco ni avestruz, los rastros de estos animales son muy comunes; Isidoro dice que mañana saldrá a campearlos. Si bien no los hemos visto vivos, en cambio, es inmensa la cantidad de osamentas de guanacos que hay entre los médanos, al abrigo de las grandes matas.

Febrero 16.—El día ha amanecido tranquilo; las pesada nubes que ocultaban el oeste se han disipado y las cumbres de los Andes despiden entre la bruma rosada, destellos dignos de esos eternos gigantes; el lago, hermoso en su calma, nos convida a internarnos en él mientras su Espíritu agitador duerme. No hay tiempo que perder y tratamos que el primer rayo de sol refleje en el bote, navegando, izada la blanca vela y el pabellón al tope. Como el deseo no tiene en cuenta los obstáculos, ya nos hemos embarcado; mentalmente, la embarcación flota ondulando y se sacude gozosa, sintiendo llena de aire la lona; creemos vernos en el centro del lago, atracados a un témpano, saciando la sed en la nieve, que como cana cabellera, cubrió, durante siglos, la montaña, y que la tempestad de ayer ha hecho rodar hasta las profundas aguas; cuando el Walichu del lago despierta y parece ordenar a los vientos, que nos son favorables, que se tornen en contrarios. Tristes, volvemos a desembarcar y sirgamos el bote desde la costa, durante un trayecto de dos millas hasta colocarnos en posición aparente para que aprovechando el viento del O. S. O. que sopla, cruzar a la