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no por el vino, sino por el agua del lago, que preferiríamos, a tenerlo, al más exquisito champagne Piche, avestruz, guanaco, fariña frita, y de postre dulce de leche, con un buen jarro de café y dos galletas por hombre, forman este banquete, que nos damos en honor del gran acontecimiento del día.

La misma mata de calafate que sirvió de asilo a Feilberg, nos proporciona cómodo abrigo contra el viento que se prepara y que ya agita el lago que muge sordamente. El cansancio del día no da lugar a soñar, ni a formar nuevos castillos, que la experiencia va demostrando ser cada vez más imposibles, y pasamos una noche plácida, durmiendo sobre la blanda arena, arrullados por las olas inmediatas y por el ruido del cascajo que va y vuelve al impulso de ellas.