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una vez me he engañado creyendo tener delante un cairn, donde Fitz-Roy y Darwin hubieran dejado testimonio de su llegada hasta aquí. En las cumbres de algunas colinas se ven inmensas piedras erráticas, que semejan monumentos sepulcrales, tumbas de antiguos héroes que la idea transporta desde las Galias heroicas al despoblado desierto austral. En el paradero he hecho repetidas observaciones termométricas, para averiguar por medio del grado de ebullición del agua la altura del terreno sobre el nivel del mar, las que me han dado un término medio de 392 pies, altura que concuerda bastante con la observada en estas inmediaciones por Fitz-Roy, y que, comparándolas con las que he verificado en otros puntos, me dan la creencia de que el río no es uniforme en su descenso gradual, sino que hay puntos en que la diferencia de nivel, en un espacio dado, es menor o mayor. Esto también puede corroborarse por la variación en la velocidad de las correntadas.

Febrero 13.—Caminamos; el río desciende por un cauce angosto con barrancas bastante elevadas, algunas de ellas a pique. Al principio es un verdadero rápido, pero poco a poco la corriente disminuye en velocidad hasta alcanzar a lo más cuatro millas, tanto que nos permite adelantar con los remos y el bichero, durante gran parte del trayecto. Paramos después de caminar unas seis millas a rumbo, habiendo encontrado sólo pequeñas vueltas. Nuestro campamento se instala en un pequeño desplayado donde abunda el pasto suficiente para la caballada, y donde, en las orillas, encontramos muchos trozos de madera de los bosques de la cordillera, que pueden servirnos para arreglar las carpas, pues el tiempo amenaza.

Luego que queda arreglado el campamento de manera que la tormenta no nos ocasione perjuicios, monto a caballo y sigo al oeste en busca del lago, del cual debemos encontrarnos próximos a juzgar