Página:Viaje a la Patagonia Austral - Francisco P. Moreno.pdf/153

Esta página ha sido corregida
— 150 —

jo que estamos haciendo; desnudos, con el medio cuerpo en el agua helada, con la cabeza calentada por el ardiente sol, arrastramos la blanca embarcación sin nombre, que lentamente avanza, gracias a los esfuerzos que trae consigo una pequeña ambición de gloria.

A la noche, el mismo espectador, atónito, hubiera visto la misma embarcación, inmóvil, fondeada en el centro del río, iluminada por rojas hogueras, fantásticas luminarias con que alumbramos el veloz Santa Cruz, encendiendo las copas de los arbustos a mitad inundados. Es un mágico espectáculo el que nos proporcionan esta noche los rayos que serpentean sobre las aguas que bajan.

Febrero 11.—Entre las bancadas del bote o entre los arbustos, encogidos como aves de rapiña, dormimos esta noche pasada, sin acordarnos que el menor cambio de la corriente nos hubiera arrastrado a la muerte.

Hemos dejado atrás las huellas de las canoas de Fitz-Roy y vamos siguiendo las del guigue de Feilberg, quien más feliz que yo, no tuvo que luchar con esta gran inundación, y esto es consuelo grande; los colores argentinos son los únicos que han flameado en estos parajes, pero es deber nuestro llevarlos aún más adelante y con provecho.

Esta vuelta del Santa Cruz, prolongada en apariencia por un gran bajo que a primera vista parece ser el cauce del río, pues la bordean barrancas escarpadas que se internan al sur hasta perderse entre elevados cerros, fue, como ya he dicho, lo que indujo a Fitz-Roy a no continuar el viaje por agua; a nosotros también nos ha desconsolado durante todo el día, hasta que en un momento en que podemos atracar a la costa sur, distinguimos desde lo alto de la muralla el curso del río, que a pocas cuadras de allí desciende rápidamente desde el oeste, por entre barrancas muy aproximadas, lo que nos indica que el gran bajo que nos ha alar-