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Patricio se resiste a marchar a pie tirando el remolque, porque ha visto en las orillas ciertas señales que le demuestran que los pumas han andado por allí; tanto más cuanto que oímos los ladridos de los perros, que en la ribera opuesta persiguen a uno de estos animales.

Lo que ha alarmado al brasilero son las impresiones de las patas de los avestruces que se han refrescado en la arena humedecida.

Debo ponerme en la punta de la cuerda y tirarla por dentro del agua ayudado por el correntino, porque Estrella y Patricio, desde adentro, dirigen el bote. El señor Moyano ha quedado en la orilla del norte.

Llegados al punto que Fitz-Roy señala como segundo «Paso de los indios», encontramos huesos de caballos y un fragmento de cuchillo, lo que prueba la veracidad de la observación del marino inglés; y habiendo cruzado a la margen norte, acampamos en el mismo punto que lo hizo él, alrededor de las osamentas que menciona en su diario.

Los picos de la cordillera están más definidos, y nos orientamos con la aguja, tomando como punto de observación el «Castle Hill» de Fitz-Roy. La apariencia de esta tarde es espléndida y nos compensa el mal día. Una nube celeste y blanca oculta el agudo pico de un atrevido cerro muy elevado, cubierto de hielo, eterno, y la ilusión del deseo me dice que es la gigante bandera patria que flamea gozosa saludando nuestra llegada. ¡Qué alegres ensueños voy a tener esta noche! ¡Qué agradables recuerdos va a evocar mi alma, mientras el cuerpo descansa de la marcha penosa del día!

Febrero 10.—Peor camino que ayer; no hemos hecho en todo el trayecto marcha más penosa; encontramos puntos en que el río parece tener una milla de ancho; tal es la gran inundación. Las ori-