Página:Viaje a la Patagonia Austral - Francisco P. Moreno.pdf/15

Esta página ha sido validada
— 12 —

tiempo de pensar en allanarlas. El buque había demorado más de lo necesario en el puerto, y le urgía a su capitán hacerse a la mar.

A las doce de ese día levó andas la «Santa Cruz».

Pocas veces el Plata estuvo más sereno; la cal­ma era casi completa, y ésta, que hace la delicia de los pasajeros de un vapor, desespera y fastidia en un buque de vela, sobre todo a la salida de puerto. El viento escaso apenas movía las velas y recién a la noche fondeamos frente a Quilmes.

El buque, de solo cien toneladas, ofrecía pocas comodidades, pero en cambio llevaba buenos com­pañeros de viaje, el señor Juan Richmond y él capitán Luis Piedrabuena, quien, a cada momento, me suministraba curiosos datos sobre las tierras australes, que él había adquirido en su vida aza­rosa de marino.

Algún día se escribirá la biografía de este bravo y modesto compatriota. Su nombre se halla estam­pado en las relaciones de viaje que de 20 años a esta parte se han publicado, tratando de las cos­tas patagónicas.

Malos vientos y otros contratiempos nos detu­vieron a la salida del río de la Plata y recién el día 6 de noviembre pasamos Punta Médanos.

Marchábamos con lentitud y el buque, poco ca­minador por su pesada construcción, era escolta­do de cuando en cuando por multitud de jugueto­nas Pontoporias y lobos marinos.

En la tarde divisamos, entre la monótona línea que forman los médanos, el pueblo de la Lobería, y luego, el elevado Cabo Corrientes.

La marejada era allí grande y una línea blanca de espuma nos señaló las rocas, que desde Punta Mogotes, se adelantan por cinco millas en el mar y que son reveladas al marino, que se acerca de-