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que ostentaban sus curiosas formas en los paisajes terciarios.

El período eoceno, no denunciado aún en Patagonia, me ha asombrado con la extraña forma de alguno de los seres que vivieron durante él y que han cumplido su evolución, sin dejarnos descendientes próximos, en que imaginarnos la figura de los que cesaron. Incrustados en la dura piedra, mi feliz estrella me hace encontrar grandes osamentas, el colmillo de un poderoso paquidermo desaparecido, y ascendiendo la escalinata geológica de blancas, amarillas y grises fajas, mi colección palenteológica se enriquece con los despojos de variadas formas vivientes en los distintos períodos del terciario; marsupiales, roedores, carnívoros, paquidermos y hasta los desdentados, que habíamos creído hasta ahora pertenecer al cuaternario. Diez formas distintas de seres vivientes en épocas en que la tierra patagónica estaba distante de tener la disposición orográfica de la actualidad, han encontrado un nuevo reposo en mi maleta, después de haber, en su duradero yacimiento, cruzado los grandes cataclismos; han reposado en el fondo del mar; han sido arrastrados por perdidos ríos, han vuelto a las profundidades del océano, han sentido quizás el calor de la ardiente lava que cubre hoy las mesetas, luego el frío glacial representado por la capa de detritus de esa época, hanse sentido humedecidos por las lluvias diluvianas, y hoy el cierzo seco y el sol halos acariciado antes de ser admirados por el hombre.

A la entrada del sol, acampamos en la márgen norte en un retazo fértil, al pie de un gran calafate de aspecto arbóreo y que por su tamaño se divisa desde una distancia considerable, destacado sobre el azul del agua, que dominada al sur por una barranca casi a pique, corre, sombría, por la hora, cubierta aquella cumbre por la lava basálti-