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la imaginación retrocedo en las edades e imagina el gigante ventisquero que sembró con los destrozos de las montañas el valle triste por donde serpentea el Santa Cruz, que se alimenta hoy de las frágiles ruinas de sus hermanos menores, las sábanas heladas de las cordilleras, y que salta bullicioso sobre los antiguos testigos de la pasada actividad del líquido elemento congelado.

Las rocas amarillentas, que había distinguido desde la meseta, se encuentran a un kilómetro de la orilla del río. Es la parte más compacta del terreno terciario, que por la desagregación de las superiores más deleznables avanza, en peñascos macizos y de grandes dimensiones, al pie de la meseta, medio ocultos por matorrales de ropaje bastante lujoso, si se les compara con los que brotan en la planicie. Cubos enormes, grupas rodeadas de inmensos monstruos, escalinatas, aún bien conservadas, vestigios de labor humana en los tiempos de su grandeza brutal, créese ver en esos trabajos del tiempo, que semejan productos de creaciones antiguas del hombre.

Este rincón aislado que escapó a la observación de Darwin, qué inmenso interés hubiera tenido para el ilustre naturalista! La historia de generaciones pasadas yace sepultada en las entrañas arenosas de este gris zócalo de meseta. La superposición de las capas ha conservado entre ellas restos de seres que la naturaleza ha colocado en ese lecho, unas veces enteros otras en pequeños fragmentos, para atestiguar a los otros organismos generados por la incansable progresión de sus fuerzas, la genealogía de los que le precedieron en el teatro de la vida, preparando su aparición en esta escena. Esos animales cuyos restos han hecho rodar las aguas marinas y las fluviales hasta dejarlos sepultados bajo la superficie del suelo patagónico, muestran la riqueza y la variedad de seres