Página:Viaje a la Patagonia Austral - Francisco P. Moreno.pdf/141

Esta página ha sido corregida
— 138 —

cargo yo de dirigir la tropilla y el carguero en busca de descenso fácil por la abrupta ladera.

Las yeguas y potrillos se asustan al mirar al abismo, caracolean y echan a disparar por la inmensa pampa alta; el carguero siembra la llanura de los despojos de su carga desarreglada, y el picaso tuerto y cojo, se convierte aparentemente en estatua de piedra, al borde de la meseta, al mirar cómicamente, de reojo, la profundidad árida del valle. Sólo después de largo rato y de repetidas tentativas, consigo que la caballada se arriesgue por los empinados senderos de los guanacos, que serpentean en la falda.

Mientras trabajo en las vueltas y revueltas espantando los caballos que por cualquier piedra grande que se desprenda o cualquier matorral que se les interponga al paso, vuelven hacia atrás, diviso algo más al norte, en el bajo de la meseta, enormes rocas pardas y amarillentas de fisonomía extraña a las demás y que atraen mi atención. Llegado al paradero del bote, donde Isidoro ya me ha adelantado llevando a la grupa el león que nos proporciona buen asado, hago atar el caballo a la sirga, pues el camino se presta para ello, y me dirijo en seguida a esas rocas curiosas.

En el trayecto examino los primeros grandes trozos erráticos; inmensos peñascos pulidos, suavizados por el enérgico rozamiento de los hielos, se ven sepultados entre el cascajo, y con más generalidad, al borde del río, donde van a aumentar con los matorrales, el número de los rápidos, y por consiguiente, el de los inconvenientes del viaje. Esos enormes fragmentos transportados, de granito, basalto y traquita, muestran sus faces negras blancas y grises sobre la superficie del suelo. Son páginas imperecederas, donde encuentra el geólogo, que lee en el gran libro de la naturaleza, la prueba evidente de uno de los fenómenos más grandiosos de los últimos tiempos geológicos. Al verlos,