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Después de almorzar, continúa la marcha del bote, remolcándolo con el caballo hasta el punto donde desemboca una quebrada, y allí, como la barranca es a pique, e imposible de salvarla por su falda y presentando al lado sur, orilla cómoda para continuar a pie, hago cruzar el bote y me dirijo con Isidoro y los caballos por la quebrada mencionada. Esta, en su borde derecho, se presenta coronada de basalto; a la izquierda el cascajo glacial reposa sobre la arenisca terciaria. Las capas de esta última formación no se encuentran aquí en estratas horizontales; hállanse inclinadas hacia abajo, en dirección al este.

La formación basáltica cesa aquí, y bordea la quebrada en dirección noroeste, hasta mesetas altas, que se divisan hacia ese lado y cuyas cimas onduladas no presentan la horizontalidad de las líneas que caracterizan las regiones que ha cubierto la lava submarina luego de solidificada. La meseta terciaria sobre la cual cruzamos se dirige al sur, sin indicar el menor rastro de sábana basáltica. Curioso es el fenómeno de estas colinas, tan próximas unas de otras, unas coronadas de negra lava, otras de arena y cascajo, sin que estas últimas conserven señales que puedan inducir a pensar que en otro tiempo, fueran cubiertas por el liquide ígneo, aún cuando éste después de solidificado, se hubiera descompuesto. Los fragmentos de esta roca son raros sobre ellos.

Al ascender por un cañadón la quebrada despojada de basalto, hallamos que sus laderas están cubiertas de un pasto amarillento, con pequeños manantiales profundos, rodeados de lujosas gramíneas, donde los caballos gozan aprovechando esta yerba tierna que hace ya tiempo no comen. Un león espanta la caballada que huye despavorida, y mientras Isidoro lo corre con sus perros me en-