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con las ondulaciones ya señaladas, lo que impide distinguir una larga distancia desde la costa.

He descansado durante la siesta al resguardo de un pequeño matorral, hasta que Isidoro llega con la caballada a este punto, pero el bote no se divisa y varios cóndores que revolotean lejanos entre las colinas inmediatas al curso del río, me hacen pensar que alguna desgracia ha acontecido a su tripulación; retrocedo a pie siguiendo la orilla, y recién a las tres millas doy con él y comprendo la causa que motiva el retardo; el camino que ha hecho es engorroso y además ha sido necesario demorar para cargar un guanaco que han cazado y que es la presa que atrae a los cóndores.

Recién a las diez de la noche llegamos al matorral paradero, no sin grandes esfuerzos, sobre todo en la última parte, donde el borde del río es en extremo fangoso, y donde la noche obscura nos oculta los buenos trechos para llevar la sirga. Pasamos agradable noche, después de habernos alimentado bien con fariña guisada con grasa de avestruz y excelentes beefsteacks de guanaco.

Febrero 2.—La corriente no es tan rápida en este punto, pero la inundación nos retrasa mucho en la marcha; hay parajes en que el río tiene 400 metros de ancho y donde las aguas han ocultado matorrales sobre los cuales vara el bote y que nos maltratan cruelmente al echarnos al agua para desligarlo de las ramas. El cauce del Santa Cruz se dirige ahora al norte; y estos zig-zags van siendo tan numerosos y tan espaciosos que poco ganamos al oeste. A mediodía se levanta un fuerte viento, que acrece la velocidad de la corriente de tal manera, que nos obliga a parar antes de entrado el sol, entre un bajo inundado, cubierto de matorro blanco y de calafates. Es el paraje más montuoso que he encontrado hasta aquí; lo cubren médanos grandes, que ocultan los peñascos negruzcos desmoronados de la capa basáltica que lo domina y