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gros y los cóndores. Un pequeño arroyuelo, hoy casi seco, con mala agua, pero que en otoño o en invierno debe contenerla en más abundancia, serpentea por el centro de la quebrada, que está obstruida en distintas partes por los peñascos que han caído de las alturas, y por los matorrales que la naturaleza parece haber colocado aquí para atenuar la desoladora perspectiva de esta región verdaderamente infernal. Verdes gramíneas, algunas tan altas que parecen juncos, contrastan con la roca volcánica, y algunas amarillas y rojas calceolarias, inclinan su tallo sobre esta negra lava, representando la vida sobre una región de muerte.

El río corre lejos de la meseta, y me es necesario galopar largo rato, entre parajes sumamente áridos para encontrar el bote que avanza lentamente.

Enero 26.— Hoy, a medio día, hemos llegado al punto peligroso que señala Fitz-Roy; el Santa Cruz baja saltando por sobre rocas que costean su margen septentrional. Inmensas moles negras se destacan sobre la meseta, formando siniestro contraste con el celeste del cielo y las faldas están sembradas de enormes fragmentos cubiertos de arbustos.

A cada instante nos encontramos en presencia de dificultades, pero siempre tenemos suerte y las vencemos, y dejamos atrás el paradero de Fitz-Roy, al llegar a Basalt Glen. Esta sombría quebrada, inmensa rajadura, en la estrata volcánica que la domina a ambos costados con sus moles geométricas, se dirige desde el N. O., hacia el río, formando en este punto una pequeña bahía pintoresca en su misma tristeza. Estas moles obscuras, casi columnares, que caen a plomo desde la meseta y cuyos fragmentos han rodado hasta el agua, están matizadas de lujosas gramíneas y de otras plantas distintas a las de la meseta, y todo indica más vida vegetal y más variedad en ella, que en el territo-