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en cuyas heridas ve, con seguridad, las terribles garras de un león. A él nadie le engaña; vela toda la noche.

Enero 16.— Bien temprano continuamos la marcha que debemos distribuir diariamente en dos etapas, a causa de los largos días de la estación y del calor que a medio día es sofocante. Tomado el café con una galleta por hombre, pues esta clase de provisión no abunda, habiéndose perdido casi el total de ella por descuido de los marineros, la sirga dirigida esta vez por el correntino Francisco, remolca el bote con mayor empuje que en el día de ayer. El curso del río se dirije desde el sur, teniendo varias islas en su centro y en ambas márgenes; costas bajas, arenosas, con gran cantidad de matorrales. Aún cuando el trabajo se hace con empeño, esos obstáculos ofrecen siempre dificultades, que entorpecen la marcha, la cual debe continuar unas veces tirando el bote, a pie, por dentro del agua, o espinándose entre la maleza. En los puntos donde el río no presenta islas, su aspecto es magnífico; los hilos de su rápida corriente se dibujan con claridad, y las aguas bullen saltando sobre las matas que la inundación ha cubierto; una noble placidez reina en el centro del gran torrente, que desciende con ligereza, mientras que en los costados, el agua choca, en los recodos, entre las rocas de las barrancas, o asalta las citadas ramazones. En ciertos parajes la corriente es tan veloz, que al menor accidente del terreno forma un pequeño rápido o remolino, que dificulta el paso del bote, y que nos obliga a hacer grandes esfuerzos.

A unos trescientos metros del paradero, el río corre, lamiendo y batiendo la meseta del norte, casi vertical, mientras que al sur, se dilata una planicie inundada. Esta, por desgracia nuestra, no tiene agua suficiente para permitir el trabajo del remolque, sea a pie, sea a caballo; los traicioneros