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CARLOS VAZ FERREIRA



ya ser útiles, son asesinados. En cuanto a las hem- bras, tienen vida larga, pero están reclusas, escla- vas (aun cuando nosotros las llamemos reinas): son máquinas de poner huevos. Y las obreras, má- quinas de trabajo, asexuadas; máquinas que hasta se tiran, literalmente, cuando ya no sirven. Y no se sabe a favor de quién está organizado todo eso...!

Hasta los instintos, que se agregan en las dife- rentes especies a las estructuras sin parecer muy a menudo determinados por éstas, a veces parece- rían destinados a atenuar, a paliar la injusticia estructural: por ejemplo, ciertas aves en que el macho ayuda a la hembra a incubar, a cuidar de la prole; pero en otras aves, a veces de la misma estructura, aparente al menos, el macho no ayuda. Y en los mántidos, en ciertos arácnidos, en que ya fisiológicamente el macho es inferior, débil, raquítico, por lo menos el detalle de que la hembra se lo coma después de los amores es una formali- dad que no parecía necesaria.

El hecho es que, mientras la especie se manten- ga, los procedimientos parecen indiferentes. Una vez más: en una misma clase, en las aves, por un lado, vemos al dicocero encerrar a la hembra en su nido, tapiarla en el hueco de un árbol. El toma para sí toda la “defensa y progreso del hogar”: la “actividad exterior”; él alimenta a la hembra y a la prole. Si él pereciera, la hembra y la prole perecerían. La hembra, entretanto, no sale, no la

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