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LUIS GIL SALGUERO



cluir ninguna oposición, y proclama la necesidad de contemplar el incesante curso de la vida, aun- que tengamos que soportar nuestra limitación, o ese temblar tan fino y contínuo de los seres deli- cados que realizan la afirmación humana, aunque limitada y terrestre del saber. Tampoco es el su- vo el discurrir de los teóricos, sino el valeroso pensar de los solitarios, que han hecho de sus vi- das, una “experiencia del conocimiento”. Todavía no se ha visto claramente el alcance inusitado de esta ;¿osición de nuestro filósofo. Yo mismo siento como injusticia dolorosa, la incom- prensión en que ha caído su esfuerzo y que es co- mo la condición ambiente de su soledad. Consigno ahora el hecho: pocos pensadores, creo, darían una justificación más acabada de lo que han pensado; pocos han confesado con tanta leal insistencia los extremos en que les ha sido po- sible pensar; pocos han sentido el cómo es de hon- do el mundo, y la limitación de la razón humana condenada a los trabajos obscuros, y en el mejor de los casos, a la adquisición de un saber precario. Por ello, sus características de pensador han toma- do yo no sé qué expresión de singularidad sacrifi- cada. Lo que en otros aparece con relieve de per- sonalidad, se hace en él soledad y olvido necesa- rios... He aprendido que lo más selecto de la hu- saga, está destinado al sacrificio y al olvido. Ser elegido, importa tanto como un aprendizaje

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