CARLOS VAZ FERREIRA
Aquí es donde la tarea sería difícil (porque hay que decir vulgaridades). Supongamos algún caso:
Por ejemplo, cierta poesía de Whitman: el re- cuerdo que el poeta conserva de las distintas ciuda- des que ha recorrido, es un recuerdo de mujeres cuya cabeza amaneció al lado de la de él. Un apo- logista que admira todo en Whitman, sabe también encontrar frases para sublimar el abandono de los hijos que sembró por todas esas ciudades: El era el genio; no hay que aplicarle la moral común...
Hay que encontrar un modo, que no parezca vulgar, burgués, filistino, de hacer notar que— sin perjuicio del valor artístico de poesías de esas—criar y querer hijos es, aun estéticamente, más bello que abandonarlos.
Ciertos dramas de Ibsen:
Sin duda, en los sentimientos hacia la irregulari- dad séxual de la mujer, aparece una contradic- ción: Por una parte, debe merecer más indulgencia que el hombre, porque es la que arriesga y la que sufre, mientras que él nada arriesga, y engaña, y hace sufrir. Por otra parte, como la mujer tiene que defenderse a sí misma al mismo tiempo que a la especie, hay que exigirle más dominio. Pero de eso se sale por un concepto del matrimonio que no es el de las “casas de muñecas”; y en el matrimonio superiorizado dejan de tener sentido las escapadas infantiles y las declamaciones.
Cuando se analiza, de Sánchez, “Nuestros Hi-
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